“Crucé los brazos, pa’ no abrazarla.
Cerré los ojos, pa’ no llorar.
Temí ser débil y perdonarla
y abrí la puerta de par en par.
Cuando se marchaba no intenté mirarla,
no esbocé una queja, ni le dije adiós.
Entorné la puerta y para no llamarla
me clavé las uñas;
me clavé las uñas en el corazón.”
Ustedes me lo perdonen, pero me doy cuenta de que las historias aquí contadas, por lo general, tienen un común denominador: hablan de ruptura… de desamor… de sueños rotos y de circunstancias en las que nos hemos visto en la necesidad de renunciar a la persona a quien en algún momento entregamos nuestros sentimientos, a causa de su desdén, de su abandono… de su desprecio o de alguna dolorosa traición…
Pues bien, quisiera decirles que yo no soy la excepción.
Amante de la familia, como siempre lo he sido, y habiendo pasado ya por la devastadora experiencia de una familia desintegrada, hace tiempo me involucré sentimentalmente con una persona, con el fin de entregarme no solamente a ella, sino al ser pequeño que llevaba en sus entrañas.
Sí; cuando nos conocimos, ella enfrentaba un embarazo sola.
Después de tratarnos durante algunos meses por todos los medios electrónicos a nuestro alcance, decidí emprender el viaje de más de diez mil kilómetros para poder estar con ella personalmente. Fue increíble... Durante seis maravillosos días pude estar con ellas y entregarles toda mi ternura… Incontables veces cubrí con besos la panza aquélla… Pude asistir con ellas a la última visita al ginecólogo (por esos días ella andaba por la semana 38)… a una clase de Gimnasia Preparto… a la ecografía (de esa manera pude conocer a la nena en vivo, aun antes de nacer)… y a una fascinante sesión nocturna de Musicoterapia, allá por el barrio de Belgrano, en la que se me permitió a mí participar al lado de ellas… ¡Yo no podía creer que fuera verdad todo aquello que me estaba siendo dado vivir…! Lo único que lamenté fue no poder haber estado con ella durante todo el embarazo…
Una mañana decidimos irnos de compras y conseguimos un montón de cositas para la beba: Galerías, El Abasto, Unicenter y hasta el barrio de Once… Yo estaba tan emocionado que quería llevar cuna, colgantes, y cuanta cosa, pero ella me convenció de que todo eso no sería necesario en ese momento y la cosa quedó en ropita, dotaciones de pañales, un buen repertorio de mamilas… y un lindo Moisés.
Llegado el momento, nos tuvimos qué despedir en Ezeiza y, al hacerlo, no pude resistir el impulso de arrodillarme y besar su panza una vez más, ante más de alguna mirada de extrañeza de los transeúntes.
Tres meses después, ellas hacían el mismo viaje que yo había hecho, para venir a Cancún a quedarse conmigo. Yo no cabía de felicidad. Por fin podía tener una nueva familia a quién entregarme como tanto había anhelado…
Hasta aquí, la parte feliz de la historia.
De las primeras cosas que hicimos a su llegada, fue llevar a la beba a una revisión por el pedíatra. Ahí me enteré, mediante las preguntas del médico y las respuestas de ella, de que ella a mí me había mentido, en detalles importantes… No obstante que traté de hacer caso omiso de aquello, me quedó un mal sabor de boca…
Y bueno; para tratar de abreviar, durante cerca de dos años nuestra relación fue un ir y venir, pues ella mostró aspectos de su personalidad que antes no me había mostrado y que a mí me parecieron difíciles de aceptar. Claro; todos tenemos defectos como virtudes, y son de los detalles que uno asume al involucrarse en pareja… pero hay cosas que no podemos negociar… Concretamente, el detalle de que, de pronto, en sus explosiones de carácter, me tratara con palabras y expresiones que para mí son ofensivas. Eso fue desalentando el entusiasmo y la ilusión que yo tenía al principio, al grado de que muchas veces le pedí, en buen plan, que termináramos y que volviera a su país, pues tenía el pasaje de ambas pagado. Cuando pasó el tiempo y el pasaje caducó, hasta decidí alquilar un pequeño departamento para que ellas tuvieran dónde vivir, pues siempre me pareció demasiado cruel que se tuvieran qué ir de mi casa sin tener a dónde ir. Ella parecía aceptar… pero no se iba.
Hasta que una noche, después de casi dos años, ante una de sus enésimas escenas explosivas, mi paciencia no pudo más y tuve qué echarla literalmente de mi casa. Se instalaron en el departamentito aquél que yo había alquilado, muy cerca de mi casa.
Sin embargo, pensando en la beba, que no tenía ninguna culpa de tales conflictos, yo volvía a mostrarme tolerante, y la relación continuaba, aunque bastante viciada y cada quién viviendo en su respectiva casa… A pesar de todo, ellas, para mí, eran mi familia… prácticamente lo compartía todo con ellas y casi no había actividad que no hiciéramos juntos. Cuesta creer las cosas que la soledad o la costumbre nos orillan a hacer a veces: Hasta llegué a acordar con ella que nos casaríamos y estuve dispuesto a registrar a la nena como mi hija. Incluso, ella comenzó a investigar sobre los requisitos, a reunir documentos, etc…
En una ocasión ella cayó en cama. Yo la ví muy mal y me alarmé mucho. Intenté llevarla al hospital, pero ella se negó rotundamente. Trató de tranquilizarme, diciéndome que se trataba de una deshidratación, coincidente con su primer día de regla… Al día siguiente yo debía hacer un viaje por tres días fuera de Cancún, y me fui muy preocupado. Pero a mi regreso, luego de interrogarla yo, decidió “sincerarse”… a medias: había “sufrido” un aborto. Un aborto, de un embarazo que no era mío.
Esa noche yo no pude conciliar el sueño, pensando y repensando, y saqué mis propias conclusiones: ¡Se trataba de un aborto provocado! algo con lo que ella, desde que nos conocimos, sabía que yo no comulgo. Pero ella me lo presentó como espontáneo, argumentando que ni siquiera se había dado cuenta de que estaba embarazada… Es decir, trató, con toda naturalidad, de que yo me tragara semejante mentira. Cuando al siguiente día quise continuar hablando del tema, ella se negó a hacerlo y solo se le ocurrió tratarme, una vez más, con ofensas.
Nunca más la he vuelto a ver.
Después me enteré de que el tipo del que se embarazó, por cierto con mujer e hijos en otra ciudad, en cuanto se consumó el aborto, le dio con la puerta en la nariz…
Pensando en que la nena se podría ver afectada emocionalmente por todo eso, fui a visitarla en tres ocasiones a su jardín de infantes, para no encontrarme con la madre. En esas visitas, traté de reiterarle y dejarle bien en claro que “su papá” la quiere mucho… Pero a la cuarta vez que fui a verla, por el día en que cumplía cuatro añitos, la directora del jardín, con mucha pena, me mostró un escrito que había recibido, vía email, donde la madre le exigía que no se me permitiera ver más a la nena, amenazándola de que si lo hacía, se acarrearía problemas con las autoridades educativas, etc., etc.
Fue así como, una vez más, perdí a mi familia…
De eso hace ya más de un año. Continúo estando solo y no es un secreto que mi mayor anhelo sigue siendo ese: tener una familia. Solo que… Resulta tan difícil… Uno se llega a cansar de que jueguen con sus sentimientos… Uno se llega a cansar de abusos, de mentiras… de traiciones…
De nuevo les pido perdonen que me haya sincerado… he querido contar mi historia porque más de alguna de las participantes me ha preguntado extrañada (y con razón), qué hago participando en un foro como este…
Y es que, ¿se imaginan si cuento todo esto en un foro de varones??? Creo que de estúpido no me bajarían… En cambio, siento que, de alguna manera, entre personas como las que participan en este foro, la sensibilidad es muy diferente… tengo la sensación de que las experiencias que a cada una de ustedes le ha tocado vivir, tienden a sensibilizar más a la persona… a ver las cosas más desde el punto de vista humano…
No sé. Espero que ninguna se sienta ofendida o molesta por mi participación.
Mil gracias por permitirme expresarme. Mil gracias también por tener la paciencia de leerme. Les envío un saludo con afecto a todas las mamás participantes, y a todos sus bebés un beso enorme.
Disfrútenlos al máximo. Un hijo es el regalo más maravilloso que la vida nos puede otorgar.
CARDIO (sgalindoc@hotmail.com).